Había una vez en un pueblo un
peluquero que era famoso por su mal humor. Su actitud agria y su
pesimismo
eran antológicos, pero como era la única peluquería todos eran sus clientes.
Un día, uno de ellos le contaba
ilusionado que se iba de viaje a Europa.
-¿Europa? —preguntó
el hombre dando un corte profundo en el pelo
del cliente—, ¿para que va a ir a Europa? Allí todo es viejo y está lleno de
polvo. Y la gente... Los franceses son antipáticos, los alemanes son fríos, los belgas no se enteran de nada, los
suizos... ¡ufff! mejor ni hablar de
los suizos...
-Bueno,
en realidad, lo cierto es que me voy principalmente
a Italia...
-¿Italia?...
¿Cómo se le ocurre?... En Italia todo
es complicado, nadie le presta
atención, todo es una reliquia y no puedes tocar nada, mirar nada, caminar por ningún lado...
-Es que me hace mucha ilusión ir a Roma, al Vaticano, a ver al papa antes de que...
-¿Ver al papa?
—contraatacó el peluquero—, ¿usted sabe lo que es
la plaza de San Pedro? Cientos de miles
de personas apiñadas mirando pequeñas ventanitas en un edificio vetusto. De repente se abre una ventana y alguien
le dice que ese puntito blanco que ni siquiera se ve es el papa... Por favor..., viajar
hasta allí para esa estupidez...
¡Qué tontería!
El
cliente decidió no hablar más y, al acabar el corte de pelo, se despidió y se fue.
Tres meses después, el cliente estaba otra vez en el sillón del barbero. Este le preguntó sarcástico:
-¿Y que tal Europa?
-La
verdad es que tengo que admitir que de muchas
maneras usted tenía razón —elijo el hombre bajando la cabeza—; al llegar
a Inglaterra me habían perdido las maletas, los franceses se empeñaban en no
entender mi castellano ni mi inglés, y
para completarlo en Bélgica se les pasó mi reservación y me encontré en
Bruselas de noche y sin hotel...
Hubo casi
un rictus de satisfacción en la cara del peluquero.
-Y otro
tanto en Italia —dijo al fin para cosechar su siembra
-Sí otro
tanto, salvo lo del Vaticano...
-El
Vaticano..., millones de personas.
-Sí, claro
—admitió el cliente—, a esa altura yo no esperaba otra cosa que lo que usted me
había anticipado...
-¿Y...?
—preguntó el barbero dejando las tijeras.
-Pasó algo
increíble... Mientras estábamos en la plaza, el Santo Padre salió a la
ventana...
-Sí..., el
puntito blanco en una ventana...
-Sí...,
pero de repente ocurrió lo que nunca... El papa hizo una señal a sus cardenales
y todos nos sorprendimos al ver que Su Santidad aparecía a pie en la plaza. .
Había decidido bajar de sus aposentos y ese día caminar entre la .gente. Usted
no se imagina la emoción... Quizá pudiera verlo de cerca.
-La verdad
que eso es tener suerte ¿eh? —dijo el peluquero c. si contrariado.
-La verdad
es que sí. Mucho más cuando me di cuenta de que caminaba con decisión hacia el
grupo de gente donde estaba yo...
-Me
imagino... Un apretujen de aquéllos... Habrá salido todo machacado.
-Para nada,
porque para mi sorpresa el papa se detuvo exactamente frente a mí. Como si me
hubiera bajado a buscar..., ¿se da cuenta? Como si me hubiera visto desde allí
arriba.
-¿Qué me
dice?... El papa en persona... —dijo el peluquero con una mueca que mostraba
claramente su fastidio.
-Sí..., en
persona —siguió el cliente.
-¿Y?
—preguntó el otro.
-El papa me
acarició la cabeza y me dijo algo que nunca olvidaré...
-¿Qué le
dijo el papa?
El cliente
estaba esperando este momento. Con una sonrisa de oreja a oreja contestó:
-Me dijo: "Figlo
mío, ¿quién es el animal que te corta el pelo?".
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